Viven en la escuela en un régimen de internado de lunes a viernes y diez de ellos fueron seleccionados entre 350 de la escuela perteneciente a la Armada, que forma oficiales de marina en la isla Río Santiago, y son oriundos de distintas provincias.
Unos diez cadetes de la Escuela Naval Militar de la ciudad platense de Ensenada, que tienen entre 18 y 24 años, navegan por primera vez en la Antártida reconocidos por su mérito académico a bordo del buque insignia Rompehielos ARA Almirante Irízar, donde realizan guardias en el puente de comando como parte de su formación profesional, en el marco de la primera etapa de la Campaña Antártica de Verano (CAV).
Los diez fueron seleccionados entre 350 cadetes de la escuela perteneciente a la Armada, que forma oficiales de marina en la isla Río Santiago, y son oriundos de distintas localidades de Buenos Aires, Córdoba, Tucumán, Misiones y Ciudad de Buenos Aires. Viven en la escuela en un régimen de internado de lunes a viernes.
«El internado nos obliga a aprender a estar sin la familia. Esas cosas también sirven para experiencias como estas, en el buque, donde estaremos un mes navegando sin contacto exterior, algo similar a lo que sería la escuela. Nos preparan para esto, es así la vida militar», comentó a Télam Lucas Darnet (22) cadete de tercer año, nacido en Bahía Blanca, en el puente de observación del Irízar junto a sus otros nueve compañeros.
Y agregó: «Vinimos a poner en práctica todo lo que aprendemos en la escuela. Durante los cuatro años de estudio tenemos la materia navegación que se trata de estar en el puente de comando y guiar al buque en una navegación segura».
«Al mar hay que tenerle respeto. Estamos disfrutando uno de los mejores embarcos que tuvimos hasta ahora», dijeron los cadetes Arian Rodríguez (23) de tercer año, de Necochea; y Gastón Bravo Molina (18) de segundo año, de Punta Alta.
Para las guardias, los de segundo año, cuatro jóvenes, cubren cuatro horas cada doce de descanso. Los de tercero y cuarto (tres en cada caso) cubren cuatro horas y descansan ocho.
«Las 24 horas tiene que haber cadetes en el puente. Hay tres por turno, uno de cada año», agregó el cordobés Luca Depetris (19), cadete de segundo.
En el buque, que traslada a más de 300 personas, «todos los días son distintos, aunque haya una rutina y parezcan todos iguales», diferenció Darnet en referencia a las variaciones del clima, actividades y personas con las que interactúa.
Para ingresar a la escuela rinden un examen de Física, Trigonometría, Química, Historia, Inglés y comprensión de textos, además de pruebas físicas y psicológicas, detallaron.
«De 250 personas que entraron en nuestra promoción, actualmente somos 60. Es dura la vida de un cadete, nos alejamos de la familia, algunos el fin de semana no salen y sienten más la distancia si son del norte o el sur del país. Cuesta adaptarse al principio», compartió Damián Cardozo (24) cadete de tercer año de Punta Alta, quien recibió la imprevista aventura de este viaje de una forma particular, porque significó también reencontrarse, después de un año, con su padre que es el jefe de base Orcadas que invernó durante 2023 en la Antártida.
En la escuela, los cadetes, además de los cuatro años de cursada, realizan seis meses de práctica en el buque escuela Fragata Libertad, que «algunas veces hasta recorre el mundo», contaron.
Para los cadetes, el viaje en la fragata es como una tesis en otras carreras, ya que es la experiencia que los califica para ser oficiales de marina.
Si bien a este viaje no vinieron cadetes mujeres, el porteño Tomás Falcone (19) de segundo año resaltó que en la escuela «hay cadetes mujeres, pero son menor cantidad en comparación con los varones».
Tomás viene de familia militar, pero muchos otros son los primeros en sus familias en elegir esta carrera.
«No tengo ningún familiar militar, pero hice la secundaria en el liceo naval. En la escuela naval, en primer año vemos una introducción al ámbito de la navegación como cartas náuticas. Y, en segundo, temas más específicos como mareas y puesta de sol», contó Dante Ciufici (21) cadete de segundo año, oriundo de la localidad bonaerense de Banfield.
Al igual que a Depetris, que le gusta la filosofía y la ficción, quien destacó la variedad de títulos de la biblioteca del buque, a Falcone también le gusta escribir bitácoras del viaje y del proceso de aprendizaje.
«No escribo cosas meramente de navegación, sino sobre lo que voy aprendiendo, los cambios que voy viviendo. Ponerlo en palabras da sus frutos a futuro», consideró el joven.
Braxton Amoretti (21), suboficial primero cadete de cuarto año, de Misiones, también redacta sus vivencias para su familia «para emocionarlos», dijo, y escribe poesía porque el mar, además, lo inspira.
«El marino se tiene que culturizar, aprender el arte de navegar en los siete mares del mundo», consideró Amoretti, segunda escolta de bandera.
También explicó que dentro de la escuela los cadetes de cuarto año son mentores de los de primero.
«La idea es crear una conexión entre aquellos oficiales más antiguos con aquellos que no la tienen para instruirlos. Ninguno es tan importante como todos nosotros juntos», completó su compañero Luiggi Gómez Gurrieres (22), suboficial principal cadete de cuarto año y oriundo de la ciudad tucumana de Monteros.
Las «tradiciones y la mística marinera» son faros en la Escuela Naval, contaron. Entre ellas se destaca la de «escribir un libro, plantar un árbol y formar una familia», resaltó Falcone.
Y Gómez Gurrieres completó que las promociones plantan árboles en la Escuela Naval, que deben cuidar a lo largo del tiempo; además de escribir en conjunto libros con anécdotas y vivencias de todos y cada uno.
«El primer día (el comandante del buque Irízar) Carlos Recio nos dijo que ‘los verdaderos hombres de mar se ven en situaciones importantes’. Uno no tiene que ser una máquina, ni ser un robot, puede sentirse mal, pero tiene que seguir y afrontar la situación. Si se descompone hay que volver al puesto de trabajo», destacó Gómez Gurrieres.
En el mismo sentido, Lautaro Lugo Saucedo (20) suboficial primero cadete de cuarto año, primer escolta de la bandera, remarcó que «si uno entra confiado al mar, termina dado vuelta. Siempre hay que tenerle respeto».
«Podemos estudiar diez mil manuales, ser los mejores de la clase, pero el mar seguramente nos va a presentar esa situación en la que no vamos a tener respuesta y vamos a tener que actuar de la mejor manera. Cuando hablamos de tenerle respeto al mar, hacemos hincapié en que no sabemos las circunstancias que se pueden dar. Hay situaciones que generan una incertidumbre en muchos, pero que en los oficiales no se puede notar. Aristóteles decía ‘hay tres tipos de personas: los vivos, los muertos y los que están en el mar'», concluyó Gurrieres.