No pasaban un buen momento económico desde que él fue despedido del ministerio, acusado de ñoqui K y parásito del estado. Durante un tiempo hizo unas changas para sobrevivir, después llegó la pandemia y todo se complicó mucho más. Hoy, con cuarenta años, van quedando cada vez menos puertas donde golpear y en cada una de ellas sistemáticamente suelen decirle que no.

-Uy, qué ruido -dijo el Chino, despertando de la siesta. Vestido solo con un short azul del PSG, se incorporó de la cama, corrió la cortina y se asomó por la ventana. La Patri siguió durmiendo profundamente. Tendido sobre el pavimento, un joven gritaba y se retorcía, mientras dos policías retiraban la moto con la que había impactado contra su coche.

-No, la puta madre -escupió el Chino, poniéndose una remera negra con la lengua de los Stones y saliendo a la calle para ver qué pasaba.

-¿Usted es el dueño del vehículo? -consultó el policía.

-Sí, soy yo -contestó el Chino, haciéndose visera con la mano para evitar que el sol de la tarde le quemara los ojos recién abiertos.

-Aquí el joven atropellado afirma que fue envestido por este vehículo de su propiedad.

-No puede ser, oficial, yo estaba durmiendo…

-¿Así que venía manejando y se quedó dormido?

-No, oficial, estaba durmiendo la siesta. El Corsa estaba estacionado acá, donde lo ve -detalló el Chino-. Es más, hace como un mes que no lo uso porque no tiene batería.

-Eso no prueba nada, caballero. Todos sabemos que un auto sin batería arranca después de un empujón -teorizó el agente policial.

-No, no me entendió. No es que la batería está sin carga, lo que digo es que no tiene batería. La vendí porque estoy sin trabajo y mecesitaba plata -se lamentó levantando el capó para mostrar la ausencia de la misma.

-Además de ser un irresponsable al volante, es un vago al que no le gusta trabajar -agregó el otro policía que hasta el momento no había abierto la boca.

-Mire, mire. Acá está el hueco donde va la batería. Estos son los cables sueltos. Además, toque el motor, oficial, verá que esta frío. El auto no estaba en marcha…

-No, caballero, no puedo tocar el arma homicida para no contaminala con mis huellas y mi ADN -exageró el policía.

-¿Arma homicida?… si acá no murió nadie, oficial -intentó defenderse el Chino cuando llegó una ambulancia para socorrer al supuesto herido, que volvió a gritar y retorcerse al ser subido con extremo cuidado a la camilla.

-Garrido, hágame el favor, póngale las esposas y métalo al patrullero -indicó el policía a cargo del procedimiento.

-Pero…

-Nada de peros, al patrullero -insistió.

La Patri despertó a las cinco y media, cuando sonó la alarma. No supo nada del Chino hasta el día siguiente. Además de la batería, había vendido el celular y no tenía manera de ubicarlo. Supuso que había ido a jugar al fútbol con los pibes o que andaría por ahí, tomando una cerveza.

No pasaban un buen momento económico desde que él fue despedido del ministerio, acusado de ñoqui K y parásito del estado. Durante un tiempo hizo unas changas para sobrevivir, después llegó la pandemia y todo se complicó mucho más. Hoy, con cuarenta años, van quedando cada vez menos puertas donde golpear y en cada una de ellas sistemáticamente suelen decirle que no.

Ella toda la vida limpió casas y cuidó hijos ajenos. Con el Chino no pudieron tener hijos propios. Alguna vez hicieron un tratamiento médico, pero no resultó. Además, los fines de semana trabaja como moza en una empresa de catering. No le pagan mucho, pero son unos pesos extras que por lo menos ayudan a parar la olla y pagar los impuestos cada día más costosos.

-Bueno, ¿Qué tiene para decirme? -inquirió el policía en la celda de la comisaría.

-Ya le dije al oficial que me mandó a detener que no sé nada. Estaba durmiendo la siesta con mi mujer…

-No hablo de usted, ni de su insignificante vida. Dígame si sabe quién vende drogas en su barrio.

-Sé lo que sabe todo el mundo. No mucho más, oficial.

-Oficial no, Comisario. Comisario Larraburu.

-Mucho gusto, señor Comisario -respondió el Chino con sorna.

-Escuchemé, no se haga el vivo. Tiene cuarenta años, no trabaja, se la pasa perdiendo el tiempo en la esquina… ¿De qué vive?

-No trabajo porque durante el gobierno de Macri me echaron del ministerio…

-No venga acá a hacer política partidaria, dígame de una buena vez todo lo que sabe -ordenó el Comisario Larraburu acomodándose el bigote espeso.

-No vine, me trajeron por la fuerza. Además no hago política, Comisario, simplemente le digo la verdad. Después de eso hice algunas changas, llegó la pandemia…

-La pandemia terminó hace rato, ese tema ya no le interesa a nadie. Digame, ¿Lo conoce a ese tal Cartucho?

-Sí, claro, todo el mundo lo conoce. Ustedes también. ¿Porqué no lo detienen? -cuestionó el Chino arqueando las cejas.

-No tenemos pruebas.

-Tampoco tienen pruebas contra mí y acá estoy, detenido por un «crimen» que no cometí.

-Muy bien, tiene razón. De todos modos, si no quiere colaborar con la ley, entonces seguirá detenido. Hasta luego -se despidió el Comisario Larraburu.

El Chino pasó la noche en la comisaría, en una celda de tres por tres, poco iluminada, sin ventanas ni asiento. En un momento, uno de los policías de guardia le acercó dos porciones de pizza fría y un vaso de agua de dudosa procedencia. Cuando pidió ir al baño lo custodiaron como si se tratara de un asesino en serie. Durmió en el piso frío, no más de dos o tres horas, abrigado por su vieja remera con la lengua de los Stones y su short del PSG. A las 11 de la mañana le abrieron la puerta de la celda y le comunicaron que estaba libre.

Regresó a su casa caminando bajo el sol, arrastrando las ojotas blancas compradas el verano pasado en Mar del Tuyú, odiando haber sido usado por la policía para justificar el número de detenciones semanales, sabiendo que esto se repetiría y comprendiendo que ya no tenía lugar ni nada más que hacer en ese barrio.

Se dio una ducha con agua fría, puso la pava en la hornalla para tomar unos mates, encendió la tele. Lo mismo de siempre: operaciones mediáticas contra sindicatos y movimientos sociales, suba del dolar, fallos favorables a los poderosos, penal para River, la pareja del momento en crisis y el ataque del periodismo corporativo a los que menos tienen, a los más necesitados. Apagó la tele y puso música en un viejo radiograbador.

-Ah, bueno, el señorito se fue ayer a la tarde pasó la noche de joda y ahora, en vez de buscar trabajo, está tomando mates y escuchando música -gruñó la Patri al llegar del trabajo, apoyando con violencia la cartera sobre la mesa.

-No, negrita, dejame que te explique. Ayer durante la siesta escuché un ruido en la calle, salí a ver qué pasaba y terminé en cana -detalló el Chino intentando calmarla.

Después de contarle con lujo de detalles el inexplicable episodio policial y la noche vivida en la celda de la comisaría, se fue a lo de su amigo Migue para pedirle un préstamo. La idea era arreglar el Corsa con ese dinero y luego ponerlo a la venta.

-Sí, Chino, te presto. Lo que pasa es que ahora no tengo efectivo y el cajero automático me da menos de lo que necesitás -contestó el Migue-. Dame tiempo hasta mañana, voy al banco, saco la guita y te la alcanzo.

El Corsa estaba en poder del Chino hacía unos tres o cuatro años, pero no era suyo. Durante la pandemia, notó que estaba estacionado a metros del frente de su casa. Dejó pasar un día, dos, tres… una semana. Una tarde, fue hasta el kiosco a comprar unos bizcochos y al volver tanteó la puerta del conductor, estaba abierta. Minutos más tarde, salió con un alicate, cortó un par de cables debajo del volante, los peló, hizo contacto y arrancó el motor. Desde ese momento comenzó a utilizarlo diariamente.

Supuso que el vehículo pertenecía a alguien que murió de Covid-19. Nunca lo supo, pero si hubiera sido robado y abandonado allí, la policía lo habría secuestrado en algún momento. Lo cierto es que pasada la pandemia lo llevó a un taller mecánico de esos en donde nadie pregunta nada si se paga en efectivo y le hicieron dos llaves nuevas para ponerlo en marcha de manera convencional.

Al día siguiente, como lo había prometido, el Migue le llevó el dinero solicitado.

-Mil gracias, amigo, siempre estás para salvarme. Lo llevo a arreglar al taller, después lo vendo y te devuelvo la guita al toque -aseguró el Chino abrazando al Migue que se fue rápido porque tenía que seguir trabajando.

Unos minutos más tarde, alguien vuelve a golpear la puerta. El Chino creyó que su amigo se había olvidado algo. Al abrir se encontró con una persona desconocida que le preguntó si era el propietario del Corsa.

-Sí, soy el propietario -afirmó el Chino mostrando cierta desconfianza.

-¿Cuánto estás pidiendo?

-Disculpame. ¿Quién te dijo que lo tengo a la venta? -quiso saber el dueño de casa.

-En este barrio, los que hacemos negocios, estamos al tanto de todo. Te repito: ¿Cuánto estás pidiendo? -insistió el desconocido.

-Dos millones. Pero te aclaro algunas cosas: no tengo los papeles, le falta la batería y el motor no funciona bien -enumeró el Chino.

-Eso es lo que menos importa. Tengo un conocido que maneja un desarmadero y en un par de horas el coche ya no existe más. Con respecto al precio, te soy honesto, estás pidiendo poco. Te ofrezco medio millón más. ¿Aceptás?

-Me estás ofreciendo más de lo que pido. Imposible decir que no -razonó.

El comprador sacó el dinero de un bolso negro y se lo entregó. El Chino, cargando los gruesos fajos de billetes, sonrió y sintió que la suerte comenzaba a cambiar. Sin embargo, los años le habían enseñado a desconfiar de toda buena racha, pero tampoco quería dejarla pasar.

El desconocido, junto a otros dos acompañantes, enganchó el auto a la camioneta en la que llegaron y se lo llevaron al desarmadero.

-¡Eh, qué te ganaste, el Quini 6! -exclamó el Chino cuando vio entrar a la Patri con un paquete de sánguches de miga, una Coca de tres litros y un fernet Branca.

-El Quini 6 no, pero le jugué el 44, la cárcel, y salió en la quiniela de la provincia -contestó apoyando todo sobre la mesa del comedor.

-¡Vamos, vamos! -gritó saltando de la silla, estampándole un beso ruidoso y abrazándola con fuerza.

-Salí, salí, cachivache. Hace un mes que no me tocás ni un pelo y ahora que ando con plata te hacés el cariñoso -bromeó devolviéndole el beso.

-El que anda con plata soy yo. Hoy el Migue me prestó lo que le había pedido. Más tarde vino un loco, un desconocido, y me compró el Corsa. Me dio más de lo que le pedí- detalló guardando en la heladera desvencijada el paquete de sánguches de miga y la Coca-. Hacía como mil años que no veía tanta plata junta.

-No te puedo creer, Chinito, parece que las cosas empiezan a cambiar de una buena vez.

-La plata llama a la plata, negrita -sentenció.

-Ahora tomamos unos mates y después te vas al centro a comprar un celular nuevo. No podemos seguir desconectados. A la vuelta le devolvés al Migue la plata que te prestó -ordenó la Patri.

El Chino esperó más de media hora un micro que nunca pasó. Como estaba dulce y con plata en el bolsillo, paró un taxi que había quedado libre en la esquina anterior: -Hasta el centro- indicó.

-Te gustan los Stones como al Presidente -señaló el taxista en referencia a la remera negra con la lengua de la legendaria banda británica.

-A ese esperpento lo que le gusta es la hermana.

-Lo bueno es que este loco dice la verdad y además nos sacamos de encima a esa yegua corrupta -espetó el conductor.

-¿Con la yegua trabajabas más o menos que ahora? -preguntó El Chino sospechando la respuesta.

-Trabajaba más, pero era algo ficticio. Ahora no hay más subsidios ni curros y están extirpando a todos los parásitos del estado -agregó.

-Yo era uno de esos parásitos, me echó el gobierno de Macri. Pero lo bueno es que «los emprendedores» como vos, tarde o temprano, terminan siendo mis empleados. Ahora, por ejemplo, estás haciendo lo que yo te pido y dependés de mí, de mi plata. ¿O acaso te crees que en este barrio van a llamarte los millonarios a los que vos defendés como buen esclavo que sos? -se defendió sin dejarle meter un bocadillo.

La tarde era calurosa, el Chino bajó la ventanilla y el conductor no volvió a hablar hasta que se detuvo en una esquina y dijo que iba a comprar cigarrillos. Dejó el motor en marcha, cruzó la calle y saludó a la piba del kiosco con un beso, como si la conociera. Compró un Marlboro Box, lo abrió, encendió un cigarrillo y siguió hablando con la piba..

-Ey, taxista -gritó el Chino desde el interior del taxi. El conductor parecía no escuchar los gritos de su pasajero y sonreía mientras continuaba charlando con la kiosquera. El Chino, ansioso, bajó del vehículo, pegó un portazo y volvió a insistir: -Ey, ey, taxista. Ey, la puta que te parió. Decidió sentarse al volante, puso primera y salió a toda velocidad por la avenida. Miró por el espejo retrovisor y el taxista continuaba conversando animadamente con la piba del kiosco. En lugar de ir al centro, pegó un volantazo y regresó a su casa.

-Dale, negrita, vamos, vamos. Agarrá tu ropa y nos vamos. Tengo el taxi esperando afuera-ordenó el Chino mientras buscaba los fajos de billetes que había guardado en el cajón de la mesita de luz.

-¿Adónde vamos, porqué estás tan apurado? -quiso saber la Patri.

-A la terminal de micros. Compramos dos boletos a cualquier lado y empezamos de cero. Acá no tenemos nada más que hacer.

-Estás loco. No me puedo ir así como así y dejar todo atrás de un momento para el otro. El trabajo, mis amigas… -chilló. Sin embargo, velozmente iba metiendo sus ropas y sus cosas en un par de bolsos y una mochila.

El Chino cargó los bolsos y los puso en el asiento trasero del taxi. Ella seguía dando vueltas en la cocina, juntando algunas cosas y metiéndolas en la mochila.

-Dale, vamos. Ya está, no busque más. Tampoco tenemos tanto para llevar -apuró.

-¿Compraste el celular?

-No.

-¿Qué te dije?

-Dale, negrita, ahora te cuento. Vamos, vamos.

-¿Y el chófer?

-No hay chófer.

-¿Robaste un taxi? ¡Estás loco!

-No lo robé. Lo tomé prestado.

Una vez dentro del vehículo, ella seguía con las preguntas:

-¿Le devolviste la plata al Migue?

-No, el Migue es un garca. Siempre me ayudó, pero lo hizo aprovechándose de mi desesperación. Cuando me quedé sin laburo, me compró la moto por dos mangos y al día siguiente la vendió al precio real. ¿No podía haberme presentado al comprador así yo ganaba lo que la moto valía en vez de hacer el negocio él?

-Yo pensaba que eran amigos, que se llevaban bien -agregó la Patri.

-Sí, somos amigos, nos llevamos bien, pero es un garca. A lo mejor ayer me prestó la guita apostando a que no se la iba a devolver para después quedarse con el Corsa. Pero perdió. Ya está vendido. Además, en cuanto el Migue se entere que nos fuimos es capaz de venir hasta acá, tirar la puerta abajo, llevarse la tele, la heladera… la heladera -gritó, bajó del taxi y volvió a la casa para meter en una bolsa el paquete con los sánguches de miga, la Coca de tres litros y la botella de fernet que estaba sobre la mesada.

El Chino puso en marcha el motor y salieron a toda prisa. Aquel atardecer de noviembre era cálido y la avenida se veía casi desierta. En la radio sonaba Fito Páez con Tema de Piluso: «Cerca, Rosario, siempre estuvo cerca». Ambos se miraron a los ojos un insatante y no hizo falta decir nada más.

 

Marcelo Rivero