«No me aplaudían así desde que me había perdido en la playa cuando era chico», solemos decir los que muy esporádicamente recibimos una demostración de afecto por parte del público presente. En eso pensaba cuando el estridente silbato del guardavidas y las palmas de los veraneantes me despertaron por segunda vez, mientras intentaba dormir la siesta en la reposera de plástico, bajo la sombrilla.

Entre tanto, llegué a la conclusión que dicho accionar de los guardavidas no era otra cosa que un arreglo, un acuerdo con los vendedores ambulantes para mantener despiertos a los turistas, untados de protección solar, con el único fin de incitarlos a comprar los productos que ellos efrecen a grito pelado.

¿Qué ganan los guardavidas con esto? Simple. Recibir gratis los churros, cubanitos, garrapiñadas y bebidas varias. ¿Acaso alguien vio a un gurdavidas sacando plata del bolsillo del short rojo mojado alguna vez? Es más, ¿Alguien vio a un guardavidas en la fila de un cajero automático, en el almacén o en el supermercado? Claro que no. Siempre están haciendo su labor, rescatando a un bañista en problemas o conversando y sonriendo amablemente con alguna agraciada señorita.

-Para mí, todo este asunto de los niños perdidos en la playa es puro teatro, está todo armado -me dice el vecino de la sombrilla verde y blanca mientras abre un paquete de bizcochos Don Satur agridulces y me convida-. Hace una semana que llegamos y veo que a la mañana y a la tarde siempre se pierde el mismo pibe. Dos veces por día todos los días – afirma levantando las cejas como si tuviera el ancho de espadas.

-No puede ser -agrego impostando indignación.

-Sí, es así. Por eso digo que está todo armado. Los padres no pueden ser tan distraídos o despreocupados y el pibe no puede ser tan inquieto como para perderse dos veces todos los días -sentencia con lógica -. Pará mí, y no me caben dudas, ese pibe es el hijo o el sobrino del guardavidas.

Continuamos charlando, tomando mates con bizcochos y, por supuesto, coincidimos que el asunto de los niños perdidos en la playa se trata de un acuerdo entre guardavidas y vendedores ambulantes para impedirnos dormir la siesta, hacernos gastar nuestros ahorros en alimentos saturados en grasas y azúcares y que el agua de la costa atlántica siempre está muy fría.

Mientras le contaba mi otra teoría, un tanto disparatada, la que el municipio habría contratado a una troupe de enanos que por la noche trabajan en el circo y, en estos tiempos de vacas flacas, se hacen pasar por niños perdidos y de ese modo se ganan la vida en las playas para llevar unos pesos más a sus hogares, vuelve a sorprendernos el estridente silbato del guardavidas.

Priiii, priiii, clap, clap…

-Es el mismo pibe -aulla mi vecino de sombrilla- Mirá, mirá.

Priiii, priiii, clap, clap…

Hay churros, churros rellenos, bolitas de fraile, churrooooooos…

-Es el mismo pibe, ¡qué te dije! -reitera e instintivamente se pone de pie aplaudiendo con ganas.

Priiii, priiii, clap, clap…

Cubanitoooos, cubanitoooos…

Me pongo de pie, me acomodo las gafas oscuras y también aplaudo, como todos en la playa.

Priiii, priiii, clap, clap…

Hay coca, cerveza fría, agua, bebidas, cocaaaa…