Camino a CABA, la formación del tren Roca, en cuya cartelera electrónica se puede leer “Para en todas”, avisa a los usuarios el recorrido que hará el mismo en todo el trayecto hasta llegar a Plaza Constitución.
Al pasar por la Estación que evoca a “Darío Santillán y Maximiliano Kosteki”, allí en Avellaneda, el recuerdo de la historia pasada indefectiblemente me embarga. Pensé en el País del caos, de la violencia desde el Estado y el conflicto social constante que parecía irresoluble a casi 21 años de los hechos. Otro momento de extrema crisis social y económica como tantas otras, escrita en la historia reciente, como si se tratara de una película de terror que nadie quiere volver a ver.
Ejemplo indiscutible de la dirigencia social, poniendo el pecho a la difícil situación y pidiendo a la vez contemplación con los que menos tienen: acaso algunos programas de contención social que pudieran parar la olla en una argentina que se despedazaba por la despiadada desocupación y la miseria extrema. Después de un tiempo prolongado de investigación exhaustiva, se pudo constatar que en aquellas circunstancias Maxi, estaba auxiliando a su compañero de lucha, Darío – que estaba herido y caído en el piso- y mientras, el gatillo fácil del ex comisario Franchiotti y Quevedo, aprovechaban la oportunidad para asesinarlos cobardemente por la espalda.
Las generaciones de hoy no entenderían que esto pudiera haber pasado en la argentina capaz de alimentar al mundo. Pero por entonces, era lo único que se podía reclamar. El resto estaba en disputa entre los sectores pudientes de la oligarquía como siempre, y los sectores medios que golpeaban con sus ollas los frentes de los bancos privados para tratar de recuperar los ahorros de toda su vida.
En el vagón, se escuchan las guitarras de dos jóvenes cantores callejeros, y en simultáneo, el silencio de un pibe que recorre los pasillos, repartiendo en cada asiento un papelito que reza “En mi hogar soy sostén de familia, ayudame con lo que puedas”. Por momento me preguntaba, si las nuevas generaciones están condenadas a repetir patrones de pobreza, de la misma manera que ocurría cuando los jóvenes dirigentes de 21 y 25 años imploraban una solución para que, justamente, la historia no se repitiera.
¿Cómo se le explica a los sectores socialmente marginales –hoy, casi la mitad de la población- que ellos viven así porque el País que los acobija, llamativamente, había sido varias veces desmantelado por las acciones y decisiones de cierto sector mayoritario de la clase política, a poco de cumplir en meses, cuarenta años de la recuperación de la vida democrática?
Sin ánimo de caer en el desdén de aquellos que desde la comodidad clasifican la opinión pública, juzgando a esta de “derecha” cuando manifiesta la descripción de la cruda realidad o, por el contrario, tildando de “progre” cuando la mirada es más cercana a quienes tienen responsabilidades de gobierno, me coloca en el lugar de responsabilidad para decir que la grieta, que abunda en la política y contamina la sociedad, no ayuda para nada a lo que hace falta. Es más, genera un hartazgo social indescifrable, como tantas otras veces ocurrió en los diferentes pasajes de los conflictos pasados.
A pesar de los años de tropiezo, de trastabillar en la búsqueda de las soluciones que parecen no llegar nunca, se evidencia una descomunal desconexión entre la clase política y los ciudadanos enrolados en el sistema de representación, a través de las diferentes instituciones que la representan, lo que en el 2001 lo llamábamos, crisis de representatividad.
Los stands televisivos que tanto se critican son una muestra palpable de lo dicho: la ciudadanía observa con especial atención y repugnancia la disputa constante por el espacio de poder y la crispación alocada entre los popes del poder, por encima de las grandes demandas de las mayorías. Ni por lejos, son los problemas de la dirigencia política actual y nunca lo fueron, revela la necesidad de una democracia participativa a la que aún se le animan pocos.
Cuando decido volver la mirada a la ventanilla del tren, me doy cuenta que todo había pasado, tanto como suele suceder en la realidad. Entonces pienso que en estos tiempos en que necesitamos más que nunca de la memoria colectiva, como herramienta indispensable que nos pueda ayudar a moldear una sociedad más ecuánime y humanista, encontramos la penosa pérdida de su verdadera esencia. Lógicamente, ayudada por la oferta de candidatos que, lejos de promoverla, prefieren olvidarla en el camino. Sin embargo, situando en la agenda, la cultura de los dos modelos en disputa que, mal que le pese a muchos, no tocan para nada las fibras más sensibles de la mayoría de la sociedad.
Evidentemente las estrategias comunicacionales de campaña, no sustituyen para nada el principal problema de los argentinos: la comida. Decía el General Perón: “El órgano más sensible del hombre es el bolsillo”. Algunos no logran entenderlo, aunque cobra cada vez más, un especial sentido en el ajustado proceso que vive la argentina con tanta inflación y encarecimiento de los alimentos en la mesa de todas y todos, para cumplir con urgencia los compromisos de los organismos extranjeros de préstamos a destajo.
Lic. Ernesto A. Gómez, docente y militante peronista