El Cohete a la Luna
Prácticamente desconocido aquí en Argentina, John Mellencamp es uno de los músicos más populares e innovadores del rock, con fuertes acentos de folk & country.
También ha hecho uso de los más moderno de los recursos tecnológicos —samples, por ejemplo— desde mi álbum preferido, Mr. Happy-Go-Lucky. De allí en adelante ha arriesgado su prestigio ante sus admiradores más exigentes y conservadores, gente de Ohio, Kentucky y de su Indiana natal.
Es, sin embargo, un artista que gira con comodidad llenando el Madison Square Garden, donde tuve oportunidad de presenciar su impecable show. Por lo demás, Mellencamp es enemigo de la sponsorización de sus conciertos.
Algo debe haber tocado su intimidad durante una niñez con largas internaciones a causa de problemas en su columna. Vivió su adolescencia con maneras enemigas de la hipocresía y de la voracidad del mundo adulto. Intentó alcanzar el éxito entonces, pero sólo llegó a promesa del pop escondida dentro de un petiso borrachín y provocador.
Sus acompañantes han sido muchos y muy buenos, pero algunos destacan también por su permanencia. El baterista fue durante mucho tiempo Kenny Aronoff, uno de los mejores del mundo. Una característica del sonido de su banda lo da el violín, ejecutado en un principio por Lisa Germano y ahora por Miriam Sturm.
A partir de Scarecrow (1985) se tornó un compositor adulto, preocupado por lo que ocurre con aquellos a quienes la sociedad saqueó: aborígenes, afroamericanos y blancos pobretes a quienes los bancos les quitaron todo.
Aquí va, a continuación de estas palabras probablemente innecesarias, un muestrario de su música y de su estética.