Los recitales que el artista mexicano-estadounidense protagonizó el 14 de octubre en el céntrico Teatro Metro, el 15 en el Luna Park y el 16 en el Viejo Gasómetro, la antigua cancha de San Lorenzo, resultaron un oasis en el panorama local, que hasta entonces no había sido sede de ningún show de rock de primera línea.

Con el recuerdo aún fresco en el público rockero local de su consagratoria actuación en el Festival de Woodstock, gracias a la permanencia en cartel en la trasnoche de los cines porteños del documental que registró el famoso encuentro musical de 1969 en una granja cercana a Nueva York; en octubre de 1973 llegó a la Argentina el guitarrista Carlos Santana, para ofrecer una serie de conciertos que se convertirían en los primeros que una gran figura internacional del género brindaría en nuestras tierras.

Los shows que Santana protagonizó el 14 de octubre en el céntrico Teatro Metro, el 15 en el Luna Park y el 16 en el Viejo Gasómetro, la antigua cancha de San Lorenzo, resultaron un oasis en el panorama local, que hasta entonces no había sido testigo de ninguna presencia rockera internacional de primera línea, y que debería esperar hasta la década siguiente para volver a vivir un acontecimiento de esa magnitud.

Aunque hacia finales de los ’80 y, fundamentalmente, en la primera mitad de los ’90, Argentina se consolidó como una plaza importante para la industria musical y comenzó a ser testigo del paso de los nombres más rutilantes de la escena mundial por distintos escenarios locales, hacia 1973 resultaba casi impensable que algún artista de renombre paseara su talento por nuestro país.

En ese contexto, el guitarrista, que hizo su irrupción en las grandes ligas cuando conmovió Woodstock con su novedosa mezcla de un electrizante rock con irresistibles ritmos latinos, trajo al país toda su parafernalia y regaló memorables momentos que, aunque de manera aislada, abrieron el fuego de grandes visitas que hasta el día de hoy se mantiene.

Aunque los amantes del jazz tenían la posibilidad de ver en nuestro país a grandes figuras del género, como el caso de Duke Ellington, Ella Fitzgerald y Louis Armstrong, entre tantos; no sucedía lo mismo con el público rockero, que hasta entonces solo había podido disfrutar de un ya obsoleto Bill Halley y de algunos grupos menores, que formaban parte de la grilla de bailes de carnaval de distintos clubes deportivos.

Entre ellos, podían contarse a The Foundation, una banda británica de música soul, y The Tremeloes, el grupo londinense que pasó a la historia como el que le ganó la pulseada a The Beatles en la prueba ofrecida para el sello Decca, en enero de 1962, cuando los directivos debían optar por contratar solo a una formación y desechó al cuarteto de Liverpool.

Aunque hacia 1973 Santana ya había reformulado a su grupo, luego de varias disputas internas, en el numeroso combo que lo acompañó a la Argentina aún estaban el baterista Michael Shrieve y el percusionista José «Chepito» Areas. La formación la completaban el percusionista Armando Peraza, el bajista Doug Rauch, los tecladistas Tom Coster y Richard Kermode, y el vocalista Leon Thomas.

Ocurre que hacia 1972, a partir de su acercamiento con el guitarrista John McLaughlin, y luego de una etapa de consumo de drogas alucinógenas, Santana se había hecho devoto del gurú Sri Chinmoy y había adoptado el nombre de «Devandip», a partir de lo cual había realizado un cambio radical en su vida que provocó una grieta con muchos de sus músicos, quienes aún mantenían un estilo de vida ligado a los excesos.

Santana estaba en un gran momento, lo que derivó en una serie de conciertos absolutamente emocionantes, en los que tocó sus dos primeros álbumes, su debut homónimo y «Abraxas», y venía de sacar «Caravanserai», un disco mucho más influido por la corriente jazz rock, pero siempre manteniendo las raíces latinoamericanas.

La inexperiencia local en este tipo de grandes eventos se notó en la mala organización que tuvo el concierto ofrecido en la desaparecida cancha de San Lorenzo de Avenida La Plata. Armaron el escenario a un costado del campo de juego y la gente estaba en las tribunas, como a una distancia de 80 metros, entonces el público empezó a impacientarse, comenzaron los disturbios, y terminaron todos adentro de la cancha rodeados por la policía montada. A eso hay que sumar que la iluminación era escasa, sin embargo el sonido fue impecable.

En cuanto a la cobertura mediática, los grandes diarios se hicieron eco en sus respectivas secciones de espectáculos de los shows, sobre todo por la inusual magnitud de los escenarios elegidos, pero sin dudas, el mayor espacio se lo dedicó la histórica revista Pelo, que cubrió los shows, brindó entretelones de la conferencia de prensa y publicó una extensa entrevista mano a mano con el guitarrista.

Tras el paso de Santana, Argentina volvió a ser una plaza ignorada por los músicos de rock internacionales y a lo largo de esa década apenas recibió algunas visitas de nula repercusión en los grandes medios y en el público masivo, como la de Joe Cocker en 1977 -otra luminaria de Woodstock, aunque en medio de un momento errático de su carrera-, y la de Billy Preston en 1979, quien actuó en el Luna Park, Córdoba y Rosario.

En la primera mitad de los ’80, hubo señales de cambio con las presencias de The Police en 1980, Queen en 1981, Yes en 1984 y, finalmente, a partir de 1987, con el show de Sting en River, se puso en marcha una maquinaria imparable que aún persiste con fuerza.

Santana volvió a actuar en la Argentina 20 años después de aquel hito, el 29 de mayo de 1993 en Vélez, y repitió en 2006 con un concierto en el Campo Argentino de Polo.